En la Mitología
debería haber un dios del rascarse. El Dios de hacer huevo. Así, sin
eufemismos. Ojo, tal vez lo haya y sea mi ignorancia el que no lo ubique.
Y
ese dios tendría que haber nacido de las entrañas de la Argentina. Pues ya ve…
no alcanzamos a arrancar el año que estamos aquí, disfrutando del primer fin de
semana largo, que para los argentinos que aún podemos, digo “aún podemos…”
porque si bien el modelo nacional y popular nos abruma con estadísticas de
bonanza, lo cierto es que cada vez hay más argentinos a los que nos sobra un
montón de mes después de haber agotado el sueldo, decía que para los argentinos
que aún podemos, nos tomamos estos feriados para escaparnos hasta donde podamos
llegar con el mísero presupuesto.
No
sé qué dirá el índice Gini al respecto (ese índice que la presidenta no se
cansó de citar en su aburrida perorata en el inicio de sesiones ordinarias del
Congreso), pero más allá de Gini, se nota que la realidad económica en Argentina
es cada vez menos esperanzadora.
Estoy
convencido que la realidad de un país es inversamente proporcional a la
extensión de los discursos de sus políticos. No falla. Dice una amiga mía que si
uno quiere saber el tamaño de una mentira, debe multiplicar el ancho de la
excusa por el LARGO DE LA EXPLICACION!, y yo a mi amiga le creo.
Discurso
versus realidad. Ahora, recién ahora descubrimos los cortes de ruta que los
ciudadanos del común hacen en Gualeguay… hordas de protestadores cortaron la
ruta e hicieron destrozos para quejarse por la realidad. Las cloacas deben ser
la excusa y la excusa debe ser muy válida, pero los medios violentos nunca
tendrán justificación.
Es
que los discursos floridos y las estadísticas dibujadas, pueden engañar a
algunos por un tiempo, pero nunca a todos por siempre.
La
realidad se asoma, tarde o temprano, con la fuerza de sus razones llanas.
Y
uno es argentino después de todo, y termina haciendo la plancha en las aguas de
lo que hacen casi todos. Así que con lo último de lo último que me quedaba en
la billetera, agarré el auto el viernes a última hora y me vine a Gualeguay… y así amanecí temprano en la soleada mañana de
sábado.
En
la mesa de luz me recibe el recuerdo de lo que debo hacer esta mañana. El libro
que retiré de la Biblioteca Popular Carlos Mastronardi me dice: devolvedme.
Caminé
las veredas de un Gualeguay que se hace querer a pesar de todo. Llegué a la
puerta de la Biblioteca, y me animé hacia su adentro, a pesar del cartel que
anuncia “Peligro Derrumbe”.
Créase
o no, un cartel poco amigable con ese título catástrofe advierte en la planta
baja de la biblioteca Mastronardi. Así y todo, la gente, que ya se ha
acostumbrado a la brutalidad del cartel, desafía el peligro y encara la enorme
escalinata que lleva a ese lugar maravilloso que es la Biblioteca de Gualeguay.
Una
de dos… o el peligro de derrumbe no es para tanto… o la gente tiene veleidades
suicidas dignas de varias sesiones de psicólogo. Debe haber pocos lugares en el
mundo donde la gente entre muy campante a pesar del cartel que anuncia: Peligro
derrumbe.
Devuelvo
el libro que había sacado hace casi un mes… y busco alguno de poesía del genial
Juanele. Mientras me buscan el libro aprovecho para echar un vistazo a la
señorial casa de alto, enmarcada con la luz única de un sábado de sol desde
afuera, y desde adentro, con el hermoso paisaje de los miles de libros
acomodados prolijamente en hermosos anaqueles de madera.
Un
aire de nostalgia se respira en los ambientes luminosos de ventanas altas. Por
las ventanas abiertas del frente se llega el bullicio de calle 25. Por las
ventanas del contrafrente se disfruta la vista de los patios verdes y el
chaperío desteñido de las casas vecinas.
En
el salón las mesas están vacías como esperando, con la ilusión intacta, la
invasión pacífica de los lectores que no llegan. Yo cierro un instante los
ojos, y viajo imaginariamente hacia los años en que los deberes de la Escuela
de Comercio nos llevaban invariablemente con mis compañeros a la Biblioteca.
Pasábamos tardes enteras trabajando allí con compañeros de curso. Pedíamos los
libros, y hacíamos los trabajos.
Ese
respeto casi de reverencia que se acentuaba en un susurro para no molestar a
los lectores. En eso las bibliotecas tienen una semejanza con los silencios ascéticos
de las iglesias o los templos.
Uno
en las bibliotecas no grita. Respetuosamente acomoda su voz hasta casi un
susurro.
Allí
estoy con mis compañeros de colegio consultando libros y tomando apuntes y
haciendo resúmenes en una patria hermosa llamada juventud.
Abro
los ojos y estoy nuevamente aquí. En mis huesos más gastados, en mis ojos más
curtidos pero iguales de curiosos, en mi historia de historia develada y de
realidades que le ganaron a muchos sueños.
Recorro
con los ojos bien abiertos el edificio, y me sacudo por un momento el polvo de
la nostalgia… las paredes con humedad ajadas de pinturas, la mampostería suelta
que grita auxilio, las barandas desvencijadas.
Los
diarios del día esperan en las mesas los lectores que no llegan y la
mampostería desprendida espera también una ayuda que tampoco llega.
De
a poco, las promesas de los que mandan se fueron desvaneciendo. Tal vez los que
mandan no hayan subido jamás la escalera empinada de la Biblioteca Popular. Que
no es municipal ni es provincial ni es nacional, y tal vez por eso mismo, no
tenga el apoyo de los que viven de lo del Estado.
Extraño
que los que mandan, abocados a festivales de gastos millonarios, a plantar
cientos de arbolitos de metal cada navidad de cada año y regarlos con profuso
gasto estatal, a fomentar fiestas fastuosas de mujeres semidesnudas, a pasear
una y mil veces en autos de alta gama o en flamantes camionetas ploteadas para
mandarse la parte de quién las compró, extraño digo que ninguno de ellos jamás
se hayan siquiera tomado un tiempo para subir las escaleras que anuncian el
derrumbe y preguntar o preguntarse qué hace falta, o si se puede ayudar en
algo.
Suele
pasar con los que mandan… digo, eso de hacer la vista gorda ante las
instituciones de fomento que no pueden ser cooptadas por el delirio de un
estado que necesita la reverencia servil del que recibe una ayuda.
Prioridades
de un modelo de política, porque la desidia ante la cultura no nació con los
políticos de ahora, claro, que prefiere gastar soberbias sumas de dinero en
cosas efímeras antes que una Biblioteca que es orgullo de la ciudad.
Confío
en que un día de éstos, alguno de los funcionarios adictos a conseguir fondos
para su “querido Gualeguay”, se aboque a conseguir los necesarios para la
Biblioteca Popular… y si llega ese día, hasta le perdonaría la foto entregando
el cheque…
Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos
2 comentarios:
Che varios de los ariculos te quedaron del mismo color del fondo del blog no se leen
Así es... estoy probando. Gracias
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