sábado, 22 de febrero de 2014

Hoy me levanté kirchnerista

En mi ventana, el mundo despierta a su manera.
La silueta de una palmera allá abajo, recorta los muchos tejados que aún quedan en el barrio que nació para los que huían del centro y de la peste. Las tejas y el barrio desde mi ventana me llevan al recuerdo de mi abuela incansable frente al piano.



Cabellos blancos, ojos de cielo, manos de porcelana y sus dedos bailando sobre el ébano y el marfil de un teclado gastado por los años y el estudio y la música… ahí está mi abuela, sentada derechita sobre su banqueta tocando el piano en su living modesto pero digno, habitación oscura de barrio norte, en una Argentina oscurecida hasta el profundo negro por el brazo de la violencia, cuyas manos aún acarician nuestro presente.
Abuela, su mirada de cielo paseando entre la partitura y el teclado, y su cabeza marcando el compás…
La banqueta, recuerdo, tenía una tapa debajo de la cual dormían cientos de partituras. Allí hurgábamos nosotros de chicos para ojear pentagramas incomprensibles.
Siempre me llamó la atención cómo las melodías más bellas se escriben de manera tan estrambóticas. Nunca entendí las notas escritas sobre un pentagrama, pero siempre disfruté su transformación en melodía… “Barrio de Belgrano…caserón de tejas te acordás hermana de las tibias noches sobre la vereda…cuando un tren cercano nos dejaba viejas, raras añoranzas bajo la templanza Suave del rosal….”
Mucho con sabor a poco queda aún en éste Belgrano, de la bucólica y fascinante descripción del genial Cátulo Castillo. El chirrido del tren frenando en la estación se suma al despertar del sábado…las voces de los pasajeros del Mitre en un sábado, son distintas a las voces de los pasajeros de entre semana y los tiempos de la estación son tiempos más lentos.
En mi barrio, los fines de semana caminan en cámara lenta.
Una silueta robusta de árboles, como un gigante tirado panza arriba, corta al medio el cuadro del paisaje que se acoda en la ventana: Acá las casas bajas… allá los muros hasta el cielo. “Gallineros, con un poco más de lujo pero gallineros al fin” decía mi abuelita gorila cuando veía ventanas sobre ventanas sobre ventanas hasta tapar el cielo.
Mi abuelita tenía la idea de que un día la gente iba a vivir tan pero tan apretada, que terminarían matándose unos a otros sin piedad… las profecías de abuelita comienzan a ver la luz……
Sin embargo a mí me gustan los edificios… tienen un halo especial que me alegran la vista y me agitan la imaginación. Yo suelo mirar hacia las infinitas ventanas que descubro desde la mía, e imagino una historia en cada una. Mil historias al alcance de la vista.
El ruido de un colectivo que acuchilla el silencio de la mañana con el ronquido del caño de escape, un bocinazo en Fa tronando bajo las manos de un ansioso perdido en la madrugada. Los zorzales cantando su canto mejor y los loros a los gritos… sin respeto al horario ni a las costumbres. Más temprano, una gata gritó su angustia primero y su goce después. El goce lo gritó con más ganas. No pareció un orgasmo fingido. Punto para ella. Si la cruzo esta mañana la felicitaré en nombre de todos los que ahogamos nuestros gritos de placer en honor a las buenas costumbres.
Y sí, vivir apretados en gallineros de lujo, como decía mi abuela, tiene también su parte pintoresca. Uno, según dónde viva, puede llegar a conocer días, horarios y hasta performances amorosas de los vecinos de tras los muros.
En mis épocas de estudiante, épocas en que uno se acovachaba en cualquier lugar sin reparar en dignidades barriales o edilicias, me tocó en suerte unos vecinos de vida rutinaria… tan rutinaria, que cada viernes a la noche actuaban la misma función: Comenzaban a los gritos pelados diciéndose las barbaridades más grandes. La primera vez, recuerdo, casi salgo a llamar a la policía (no eran épocas de celulares ni de internet, claro). Luego ella se encerraba en el baño, y él pateaba la puerta durante 15 minutos al grito de salí loca porque te voy a matar!!.
Demás está decir que los viernes de mis vecinos terminaban en reconciliación, con un concierto de gemidos y gritos de frases subidas de tono y de todo. Al final de la actuación, un cerrado aplauso acudía por el pozo de aire del edificio desde las demás ventanas.
Nuestra vecina gritona sacaba medio cuerpo desnudo y gritaba su final de función: “ocúpense de sus vidas tarados”.
Los barrios y los vecinos cambian… pero las gentes somos casi siempre iguales.
Tomo el mate de un sorbo, en el reloj veo que se me ha ido una hora del amanecer y la mañana dice hola en la cara de mi hijo más chico que se levanta y pide la leche.
Lo miro, sonrío pero enseguida me pongo serio. Me veo yo a su edad… e imagino a mi viejo a la mía. Estoy haciendo o dejando hacer el país en el que en poco tiempo tendrá que lidiar él. Bauti es aún puro sueño y pura esperanza. Así fui yo alguna vez…
Muchas veces me pregunto, si contarle un relato sincero de la realidad o mantenerlo aún alejado de la realidad gris. Entro en la disyuntiva de ser un padre kirchnerista o un pesimista opositor. Opto por el lado mentiroso. Y desde ese costado kirchnerista le pinto a Bauti un mundo color de rosa… ya tendrá tiempo para lo peor después de todo.
Así que Bauti en su mundo toma la leche y pone los dibujitos… yo lo miro con cierta nostalgia de mi infancia, sí, y con mucha envidia sana por su inocencia.
Me distraigo por un momento con las noticias. "Hay que respetar la voluntad popular" dice Cristina Fernández necia, viuda de Kirchner. Lo dice como si lo creyera, y lo dice en realidad para defender la tiranía del presidente Nicolás Maduro en Venezuela, quien asume que está en ése lugar por mandato revolucionario. Y por eso reprime y mata.
Ciertos regímenes se amparan en este tipo de discursos ante la disyuntiva de tener que defender lo indefendible.
En el año 2005, los mismos que hoy se mienten defensores de la voluntad popular, no dejaron asumir al Comisario Luis Patti, ex intendente de Escobar en su banca del Congreso. Patti había sacado por entonces casi 300.000 votos...y pisoteando la voluntad popular, toda la corporación política de Argentina se puso de acuerdo para evitar que asumiera el mandato popular.
Luego supimos el porqué. La corporación política, cómplice de los desastres setentistas, tenía su plan de venganza y su relato mentiroso para expiar culpas profundas. Luis Patti deambula hoy en su silla de ruedas por los pasillos de un hospital penitenciario federal, donde no le han permitido ni la rehabilitación de una mala praxis.
Hoy, el gobierno kirchnerista y yo hemos coincidido en algo. Nos hemos hermanado para mentir… ellos nos mienten un lecho de rosas, y yo le miento a Bauti un mundo color de rosa. Veré esta noche con cuánta culpa me recibe la almohada.



Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios

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