domingo, 30 de agosto de 2009

10-13-17-18-22 y 29

Tenía la idea absurda y extraña de que ganaría aquí en el juego. ¿Por qué?, no lo se, pero creía en eso…” (El jugador – Fiodor Dostoievsky)

Medio mundo sueña con ganar la lotería. Y digo medio mundo, y dejo de lado al otro medio como para no generalizar. Debe haber otro mundo que no duerme. O que no sueña. O satisfecho.

Pero en este medio mundo, supongo que todos en algún momento hemos fantaseado con lo que haríamos si la suerte se presentara un día cualquiera y golpeara en la puerta de casa. Imagine que así, sin aviso, se llega hasta nosotros y nos da la noticia que acabamos de ganar una obscena cantidad de dinero. Millonarios de un minuto para el otro. Y… sí, la fantasía de medio mundo es ganar millones de morlacos sin mucho esfuerzo. En otra época hubiera elegido la palabra “patacones” y no “morlacos”, pero los políticos argentinos han bastardeado tanto mi palabra preferida para decir dinero, que la volveré a utilizar recién cuando el tiempo repare, con su paciente piedad del olvido, su ahora horrible reputación.

Digo, la idea de la que hablo, es la esparcida fantasía del Hombre de hacerse millonario sin esfuerzo. Cuidado, no incluyo en esta fantasía, aquellos que para lograr los millones, transitan los caminos de la impudicia o la ilegalidad. Aclaro esto porque siempre aparece uno que me pone de ejemplo de millonarios repentinos, a los corruptos. No, no es ese el rumbo de esta nota. No es hoy mi idea hablar aquí de políticos que compran terrenos fiscales a diez y los venden a mil, ni de ese funcionario que gusta salir en todas las fotos, abriendo sobres de licitaciones millonarias con sonrisa de oreja a oreja… y luego se convierte en el principal transportista de los proveedores adjudicatarios… no, dejemos estos temas espinosos para otro momento. Dejémoslo en una especie de paraguas piadoso como el que propone sabiamente el artículo 19 de la constitución nacional, sí, ese que avisa que las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados… sonrío. Otro día le explico por qué.

Ganar una lotería millonaria, un pozo vacante de loto o del Quini, es lo más parecido en estos tiempos a encontrar un tesoro. Antes, y cuando digo antes no me refiero ni a miles ni a cientos de años antes, sino que me refiero a los tiempos en que yo era chico y nos regodeábamos con libros de aventuras y no con histéricas telenovelas juveniles, se soñaba con encontrar un tesoro.

Luego vino el Prode, un juego de azar donde había que acertar 13 resultados de la fecha de un fútbol que también por entonces era gratis. Pero el Prode, como todo lo que intenta organizar el Estado argentino, sufrió la devaluación lógica de la Argentina impotencia. Ahora, los juegos estrellas para salir de pobre, son el Quini 6 y el loto.

Hace unas semanas, un matrimonio de la ciudad de Magdalena, en la provincia de Buenos Aires, se despertó con la noticia soñada. Con solo seis números elegidos al azar, más unos pesos la boleta, se acostaron clasemedia, y se despertaron millonarios.

A Stella Maris y Mario Saravia, la suerte se les llegó hasta la casa. Les tocó la puerta… y les tiró encima 18 millones de pesos. Eso sí, como suele ocurrir, tiró los millones y salió corriendo… es que la suerte tiene experiencia en este tipo de cuestiones y sabe que debe dar la buena nueva y salir corriendo para que no le achaquen las desgracias venideras.

Luego lo de siempre… el aluvión de medios pugnando por hablar con los recientes millonarios. Las preguntas de rigor, que cómo eligieron los números, que si jugaban siempre, que si tenían noción de cuánta plata era, que qué iban a hacer con semejante fortuna… que si les iba a cambiar la vida.

Para entonces, la fortuna ya había huido lejos.

Las crónicas hablan de que ni Stella Maris ni Mario pudieron dormir la noche que se enteraron que su boleta era la ganadora.

Al día siguiente, el viernes después al jueves de gloria, ambos se presentaron a trabajar en la Municipalidad de Magdalena. Y ahí estaban otra vez los medios de todo el país, para mostrar la noticia de que a los Saravia, los 24 millones no les había cambiado la vida… error.

Mario era Jefe de Personal, y Stella Maris Directora de Acción Social. Stella Maris habla en la puerta de su trabajo. “Nunca pensé que iba a ser millonaria”. Mario sonríe a su lado: “Vamos a seguir trabajando, como siempre”. Entre los dos, ganaban 5 mil pesos por mes.

¿Qué van a hacer con tanto dinero?, pregunta con un dejo de envidia un notero al que se lo nota impresionado. "Por lo pronto, vamos a seguir trabajando. Algunas cosas van a cambiar, pero lo que vamos a tratar es de mantener la tranquilidad y de tener los pies en la tierra, que los valores como la familia y los amigos sean los mismos", dice Mario Saravia, sin siquiera imaginar lo que se le viene.

Es que uno, cuando sueña, siempre sueña en su mundo. Nunca imagina que hay más allá, un mundo menos bucólico que el de nuestros sueños: El del otro.

A los pocos días, los periodistas tornaron a Magdalena… querían seguir de cerca la historia de la familia común, que sigue su vida normal a pesar de los millones.

Para entonces, los Saravia habían desparecido de los lugares que solían frecuentar.

Los cronistas preguntan…indagan. Los vecinos contestan. A pesar del esfuerzo de los Saravia por continuar su vida normal, los ganadores de los casi 20 millones cash, tuvieron que irse de la ciudad. Tuvieron que dejar su casa, escapar de la ciudad de toda la vida. Dejar a los amigos, el trabajo y a las cosas de todos los días, y huir con rumbo desconocido.

Los Saravia tuvieron que dejar su vida normal, para intentar una vida “normal”.

Le preguntaron los periodistas entonces al jefe de los Saravia. Fernando Carballo, intendente de Magdalena: "Decidieron mudarse, no hablar más en los medios de comunicación, preservar a los chicos y buscar seguridad".

Ah, claro, son esas cosas que uno no sueña, cuando sueña sus sueños de millonario.

Los Saravia cobraron su cheque con más de 18 millones de pesos, ese fue el último acto hasta donde los acompañó la felicidad completa.

Acto seguido, un ejército de mangueros se les plantó en la puerta de la casa a los Saravia. Otro ejército similar los acosó sin piedad por teléfono. Un tercer ejército de mangueros implacables, se les instaló en sus lugares de trabajo.

Remedios para familiares, dinero para comida, una ayudita porque se habían quedado sin casa, una propuesta sobre un negocio redondo que no puede fallar, datos implacables sobre qué hacer con tanto dinero… una marea de míseros, de imbéciles y de aprovechadores, arrojó a los Saravia hacia playas lejanas.

El ejército de mangueros los siguió a sol y a sombra. A toda hora tocaban el timbre, a toda hora atronaban los teléfonos…

¿Qué negocio puede necesitar alguien que ganó 18 millones de la noche a la mañana?

¿Por qué una persona imagina que un afortunado tiene la obligación de ayudar al medio pueblo necesitado? A los Saravia, sus propios vecinos los corrieron con la culpa. Esa bobada tan de nosotros… “dale che…que a vos te sobra…”.

Ojalá los Saravia puedan disfrutar su sueño en paz.

Pero se les hará difícil, han tenido suerte, en un país que no perdona a los afortunados…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo de los "magueros" en la puerta de los Saravia, debe ser una triste realidad... la otra realidad deben ser las "bandas de chorros y secuestradores" que se perdieron una "presa fácil" y "al voleo" como le gusta decir a los periodistas.

Los Saravia cometieron el error de sacarse la lotería y encima salir en los medios, yo los ví por televisión haciendo declaraciones.

En esta Argentina, de la "inseguridad", es un error que no se puede cometer.

No tengo dudas que más de un chorro, mientras se echaba un "porrito" estaría maquinando como "levantarlos y pedir rescate".

La corte suprema de justicia, como la inseguridad no tiene remedio, seguro que encuentran la forma dialéctica de explicarle a la sociedad como van a despenalizar otros delitos.

Todos somos una sociedad de "enfermos y pibes buenitos"... la culpa la tienen la Iglesia, el Trabajo, la Educación y las Fuerzas Armadas.