sábado, 8 de abril de 2017

Micaela García #FuimosTodos



El dolor hasta los huesos. El dolor en sus calles angostas. El dolor por sus veredas estrechas, por el costado del río de las mil vueltas. El dolor por entre el verde bien verde de las chacras. El dolor traqueteando por el empedrado desparejo, por el ripio lavado, por las calles con huellones de barro, por sus plazas ahítas vida. El dolor porque ha sido otra vez lo inconcebible en las entrañas del pueblo que nunca fue esto, pero que se está empezando a acostumbrar a serlo.
Quiera Dios que nunca amanezca resignado a lo peor.
Quiera Dios que nunca nos dejemos vencer por los peores.
El dolor inmenso porque ha sido una joven, y una joven con inquietudes, con ideales, con militancia por lo que creía. Esa juventud que aspira a más, y a dar, y a creer, y a luchar en paz por lo que cree, aunque en esa lucha se le vaya la vida.
Y ante esa juventud, de su lado o en las antípodas: yo me quito el sombrero.
Mica, Gualeguay no era así, te lo juro. Y hablo del Gualeguay de ayer nomás. Gualeguay era pueblo de puertas abiertas, de caminares sin miedo. De niños aventureros que se perdían en medio de los pastizales en busca de ranas, de pájaros… de mandarinas, o de sueños. De jóvenes de pesca por las noches en el río. De chicos jugando en la vereda y de chicas volviendo a sus casas con sonrisas y sin miedos.
No me voy a sumar al coro que gusta resumir todo, subrayando con lavable rojo lo que le conviene. Y nos confunden queriendo. O sin querer.
A Mica no la mataron por ser mujer. Es tan obvio que hasta resulta difícil creerlo. Resumirlo así es fácil. Tan fácil como poner nuestras responsabilidades en la vereda de enfrente… o colgarlas en la soga de la ropa del vecino, para que las seque otro sol con otros vientos. O lo que es peor, creyendo que puede pagar sus culpas con una recompensa de 500 mil pesos.
A Mica la matamos entre todos, con lo que hemos venido haciendo. O hemos venido dejando hacer.
Lo repito mil veces.
A Mica la matamos entre todos, con lo que hemos venido haciendo. O hemos venido dejando hacer
El asesino nos avisó hace mucho tiempo lo que iba a hacer. Pero desde hace algún tiempo, a nosotros nos gusta hacernos los distraídos y llorar sobre los dolores derramados, antes que tomar el toro por sus astas.
El asesino avisó hace mucho tiempo lo que iba a hacer. Y lo que duele hasta el infinito, es que tuvo un poderoso cómplice que lo apañó con su lapicera de nácar, desde su sillón de “rey” y le dijo: “vaya… y haga”. Y levantó la reja de la jaula y lo soltó en medio de nosotros sin siquiera poner un cartel de aviso o de peligro.
Total, el rey está a salvo en su torre de marfil.
Claro que lapicera, sillón, vida a cuerpo de rey y cada gramo del marfil de su espesa torre: se le pagamos nosotros.
La pagamos usted y yo… y la pagó muy caro Mica.
Al que más barato le salió, fue al hijo de puta que la mató.
A Mica la matamos entre todos nosotros… y Mica son mis hijos, son nuestros padres, nuestros abuelos. Somos nosotros.
La mató una sociedad absurda que recoge de un pastizal lo peor de ella… y a la mañana siguiente, cuelga sus miserias en el patio del vecino.
Basta. ¡¡BASTA!!. O nos hacemos cargo, o nos cargarán a todos.
Descansa en paz Micaela García… sé que ya es tarde. Sé que ya no te sirve de nada. Pero de todos modos, llévate mil perdones y mil más de todos nosotros, tus mayores, que no supimos saberte cuidar esa sonrisa franca, que hoy nos hace llorar a todos.

Horacio R. Palma

Escribidor Contumaz

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