El dolor hasta
los huesos. El dolor en sus calles angostas. El dolor por sus veredas
estrechas, por el costado del río de las mil vueltas. El dolor por entre el
verde bien verde de las chacras. El dolor traqueteando por el empedrado desparejo,
por el ripio lavado, por las calles con huellones de barro, por sus plazas
ahítas vida. El dolor porque ha sido otra vez lo inconcebible en las entrañas
del pueblo que nunca fue esto, pero que se está empezando a acostumbrar a
serlo.
Quiera Dios que nunca
amanezca resignado a lo peor.
Quiera Dios que
nunca nos dejemos vencer por los peores.
El dolor inmenso
porque ha sido una joven, y una joven con inquietudes, con ideales, con
militancia por lo que creía. Esa juventud que aspira a más, y a dar, y a creer,
y a luchar en paz por lo que cree, aunque en esa lucha se le vaya la vida.
Y ante esa
juventud, de su lado o en las antípodas: yo me quito el sombrero.
Mica, Gualeguay
no era así, te lo juro. Y hablo del Gualeguay de ayer nomás. Gualeguay era
pueblo de puertas abiertas, de caminares sin miedo. De niños aventureros que se
perdían en medio de los pastizales en busca de ranas, de pájaros… de mandarinas,
o de sueños. De jóvenes de pesca por las noches en el río. De chicos jugando en
la vereda y de chicas volviendo a sus casas con sonrisas y sin miedos.
No me voy a
sumar al coro que gusta resumir todo, subrayando con lavable rojo lo que le
conviene. Y nos confunden queriendo. O sin querer.
A Mica no la
mataron por ser mujer. Es tan obvio que hasta resulta difícil creerlo. Resumirlo
así es fácil. Tan fácil como poner nuestras responsabilidades en la vereda de
enfrente… o colgarlas en la soga de la ropa del vecino, para que las seque otro
sol con otros vientos. O lo que es peor, creyendo que puede pagar sus culpas
con una recompensa de 500 mil pesos.
A Mica la
matamos entre todos, con lo que hemos venido haciendo. O hemos venido dejando
hacer.
Lo repito mil
veces.
A Mica la
matamos entre todos, con lo que hemos venido haciendo. O hemos venido dejando
hacer
El asesino nos avisó
hace mucho tiempo lo que iba a hacer. Pero desde hace algún tiempo, a nosotros
nos gusta hacernos los distraídos y llorar sobre los dolores derramados, antes
que tomar el toro por sus astas.
El asesino avisó
hace mucho tiempo lo que iba a hacer. Y lo que duele hasta el infinito, es que tuvo
un poderoso cómplice que lo apañó con su lapicera de nácar, desde su sillón de “rey”
y le dijo: “vaya… y haga”. Y levantó la reja de la jaula y lo soltó en medio de
nosotros sin siquiera poner un cartel de aviso o de peligro.
Total, el rey
está a salvo en su torre de marfil.
Claro que
lapicera, sillón, vida a cuerpo de rey y cada gramo del marfil de su espesa
torre: se le pagamos nosotros.
La pagamos usted
y yo… y la pagó muy caro Mica.
Al que más
barato le salió, fue al hijo de puta que la mató.
A Mica la
matamos entre todos nosotros… y Mica son mis hijos, son nuestros padres, nuestros
abuelos. Somos nosotros.
La mató una
sociedad absurda que recoge de un pastizal lo peor de ella… y a la mañana
siguiente, cuelga sus miserias en el patio del vecino.
Basta. ¡¡BASTA!!.
O nos hacemos cargo, o nos cargarán a todos.
Descansa en paz
Micaela García… sé que ya es tarde. Sé que ya no te sirve de nada. Pero de
todos modos, llévate mil perdones y mil más de todos nosotros, tus mayores, que
no supimos saberte cuidar esa sonrisa franca, que hoy nos hace llorar a todos.
Horacio R. Palma
Escribidor
Contumaz
No hay comentarios.:
Publicar un comentario