Cuarenta y un
años atrás, a Maby le desgarraban la mitad de su vida y casi todos los sueños.
Argentina ardía
en violentas pasiones de asesinos que mataban sin reparos, los mismos que hoy
gobiernan y juzgan.
“Hoy todos los
globos, la piñata, los caramelos, los peluches, las estrellas, el arco
iris...son tuyos...! Y a tu alrededor los ángeles festejando la fiesta…
Cristina, mi niña-Ángel...! Tu mamá te extraña, te mima...te ama...!” le
escribe Maby a su hija Cristina, su niña ángel, para cada cumpleaños que no
pudo ser…
Cristina Viola…
a mitad del día, en un diciembre de una época de barbarie, linchadores con
banderas de revoluciones prestadas, decidieron cortarle a tiros su vida, sus
sueños, sus juegos, su sonrisa. Y la de su papá Carlos… y quisieron también
llevarse aquella mañana la vida de su hermana María Fernanda, y casi pueden,
pero por suerte no.
Alas de niña
ángel... manos de Maby Picón de Viola
Cuarenta y un
años después y ahí está Maby, mamá de Cristina, mamá corazón, todo amor desde
el fondo de la injusticia recordando a su niña que es ángel.
Pocos saben cómo
fue que los linchadores se la arrancaron de sus brazos. Fue un mediodía
caluroso de un primero de diciembre del año 1974. Hoy se cumplen 41 años. La
locura y la muerte se arrebujaron entonces en las manos de once terroristas que
se jactaban de pertenecer al ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo.
Funeral de
Cristina y Humberto Viola... llora Maby
El capitán del Ejército Argentino, Humberto Antonio Viola, 31 años y una familia hermosa, estaciona su auto Citroen Ami 8 frente a la casa de Ayacucho 233, a pocas cuadras de centro de la capital tucumana. Allí viven sus padres. De pronto, tres autos le cierran el paso. No avisan. Nunca avisan. Ellos hablan con balas. Disparos, gritos, confusión. Humberto Antonio Viola trata de defenderse y defender a los suyos, sabe de memoria cómo matan estos tipos. Se desespera, sabe que después de las ráfagas primeras vendrán a rematarlos. Siempre hacen lo mismo. Quiere defenderse, pero un escopetazo lo mata en acto. En el asiento de atrás queda muerta también su hija María Cristina, de 3 años. Otra bala se clava en la cabeza de María Fernanda, su otra hija de 6 años.
En la puerta de
la casa grita paralizada su mujer Maby. Desde sus 26 años, ve cómo en unos
segundos le arrancan media vida. Conmoción en el barrio. Conmoción en Tucumán.
Terror en todo el país. Las noticias muestran una joven mujer embarazada
llorando frente al cajón de su hija y de su marido. Y desde el cementerio de
Yerba Buena, parte Maby al sanatorio donde su otra hija, María Fernanda lucha
por escaparle a la muerte. Ahí está Maby… todo dolor y todo amor. Con su panza
enorme que más tarde será Luciana. Maby solo llora y reza. Reza y llora. Tiene
buenas razones.
El país que la
mira, grita venganza… también tiene las suyas. Los asesinos que ese mediodía le
arruinaron la vida, escaparon con una sonrisa en los labios. Así lo dicen todos
los testigos. Se fueron satisfechos, como disfrutando la muerte. Se enjuagaron
un poco la sangre. Tal vez aún festejaban la victoria de tanta muerte. Los
asesinos de los Viola se sacaron la careta, y se burlaron delante de todos
aquél mediodía caluroso de una Tucumán inundada de sangre.
Sonreír a
pesar de todo
Han pasado 41 años, y Argentina aún espera justicia, verdad y memoria. Nos debemos contar la Historia con todas las letras.
Los asesinos de
la familia Viola asesinaron también parte de la historia de nuestro país,
mutilaron sueños y vidas. Sembraron el terror con la muerte como bandera.
Argentina se
debe aún, ese contar su historia con todas las palabras. Señalar las culpas de
los que sembraron el terror con banderas de revoluciones prestadas… y hoy
gobiernan con caras de piedra, con fauces de lobos bajo pieles de corderos.
Horacio Ricardo Palma
Escribidor contumaz....
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