No sé lo que es parir
un hijo, soy hombre.
Sí sé lo que es ver a
una mujer parir a un hijo, soy padre.
Nueve meses dentro del
vientre, con todo lo que eso significa. Y luego el momento del parto, que es
dolor pero es amor. Que es angustia pero es felicidad.
Parir un hijo… momento
único e irrepetible. Ana Maggi parió a Inés… hace muchos años, en épocas en que
otros dolores más duros que los de un parto preñaban la Argentina. Ana tiene en
su vientre la marca de la cesárea que, como el amor por sus hijos, le quedará
para siempre.
También hay dolores
que Ana tendrá para siempre… su esposo, militar argentino, está detenido hace
muchos años por haber combatido al terrorismo en su país hace más de 30 años.
Pero Ana lucha… Ana rema contra todas las corrientes que insisten con llevarse su
vida y su felicidad.
Ana parió a Irene.
Irene fue parida por Ana. Pero una amiga de Irene duda, ve por la tele ampulosa
propaganda setentista… y le saca turno en Abuelas de Plaza de Mayo para que
Irene vaya y pregunte. Irene cree en la buena leche de su amiga, los que
miramos de lejos, olemos trampa. Irene no va a la cita que le ofrece su amiga… pues
Irene no necesita de historias inventadas ni de dudas interesadas para sentir
la sangre en su carne.
Luego Irene va
recibiendo mensajes. Un chico instalado en una esquina con un perro que cada
mañana la espera para darle charla… hasta que se le escapa el interés primero:
Inés, mamá trabaja con las Abuelas de Plaza de Mayo…Inés tiene miedo de ese “acá
vamos otra vez…”
Llamadas que
amenazan, gentes que siguen los pasos. Los fondos del Estado son ilimitados
para ciertas cosas, sobre todo para esas ciertas cosas que implican negocio,
como lo son los derechos humanos en Argentina.
Ana lucha… lucha
contra la injusticia, contra un Estado que persigue a su marido y persigue a su
familia. Contra un estado que se ha parado frente a un tribunal sin ley, y con
traje de funcionario de apellido Forti, ha gritado la amenaza: “hoy vamos por
su marido, pero después iremos por usted señora y luego por sus hijos y luego
por sus amigos y luego por todos…”
Y así fue que la amenaza velada se
develó un día en la casa de Ana. Veinte personas allanando su casa, buscando
los calzones de su hija. Desde el fondo de la venganza mal parida, han venido a
meter las manos en el vientre de Ana, para intentar arrancarle con mentiras, lo
que ella misma parió.
Como si se pudiera...
Ana tiene un certificado de ADN
realizado en España y que afirma lo que su vientre sabe mejor que nadie:
Compatibilidad. Ana presentó el análisis ante el juzgado que la persigue. Es
que en los tiempos del régimen hay que andar con los papeles en la mano y los
hijos a la cintura para que no vengo un pelotudo y grite: mía!!
Pero al juez los papeles de Ana, le
importan una mierda.
Los papeles de Ana perseguida, al juez le
importan tanto como esa cicatriz indeleble en su vientre, que grita ¡¡madre!!,
para siempre.
La violencia sin medida habla poco de
justicia y habla mucho de persecución.
Primer intento fallido. El segundo será
entonces en el mismísimo despacho del juez Lijo, que rasquetea poder en base a
las buenas migas. Ahora con Clarín.
Irene entra hija orgullosa de Ana al
despacho, sin imaginar la celada. Adentro, el juez Lijo la espera con dos
personas del Banco Nacional de datos genéticos, sí, el mismo que maneja sin
rigor doña Estela Barnes de Carlotto. También están la policía y el secretario
del juez para presionar la extracción de sangre. Irene se niega a dar sangre
sin la presencia de su perito. No ha venido a que le impongan nada, sino que ha
venido con la ilusión de ser escuchada por el juez. Recién ahora Irene sabe lo
imbécil de su ilusión.
El juez cazabombachas tendrá lo que
busca. Irene Barreiro se quita las botas frente a él y a todos los presentes, y
luego se quita el pantalón… se saca la bombacha y se las deja a los enviados
especiales del banco nacional de datos genéticos. “Quieren mi ADN, búsquenlo
acá”, y la bombacha de Irene que vuela hacia los mercenarios de las jeringas
marcadas.
Irene da media vuelta, y emprende hacia
la puerta casi casi como salió hace muchos años del vientre de su madre:
desnuda.
Desnuda Irene abre la puerta, nadie se
anima a cortarle la retirada. Afuera está Ana, su mamá… Irene se abraza, como
metiéndose nuevamente en el vientre que la cobijó durante nueve meses… Ana la
abraza con fuerza, y se van hechas la misma carne y la misma sangre.
La sed de venganza del juez tal vez no
lo deje entender. Pero debería saber don Lijo, que ese abrazo de madre
angustiada e hija desnuda, grita más verdades de ADN que una prueba dudosa, parida
en la violencia, y concebida en la violación sistemática de los derechos más esenciales…
aunque los funcionarios del régimen llamen a esto justicia, todos sabemos que
es el inmenso negocio de la persecución…
Horacio R. Palma
Escribidor Cotumaz…
1 comentario:
Está bien, pero no podría haber omitido la foto? ya salió en todos lados
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