Fechas
especiales para algunos.
Estos últimos
estertores de diciembre pasan como en cámara lenta, para muchos argentinos que
sufren la agonía de un modelo que les quita el aire muy pero muy de a poco.
Tan
de a poco, que uno se ha ido acostumbrando sin chistar a la falta de aire en el
vivir y hasta respira más pausado. Cortes de luz programados a la exacta hora
de la siesta agobiante. Un río ahíto de heces que invita a no bañarse en el
balneario que se supone para todos y todas. Barrios sin agua, que si no fuera
por la encomiable tarea de los Bomberos Voluntarios, la época de la colonia con
todas sus pestes vendría desde el fondo de la historia a diezmar vidas y saludes
de casi todos.
Eso
sí, los recitales con miles de luces y sonidos estridentes hasta el derroche,
se anuncian gratis para un pueblo que se acostumbra a ese poquito de aire que
el ogro malvado del Estado deja pasar por esa estrecha manguera del populismo
berreta.
La
cultura de alto vuelo con poco presupuesto, pero la función central del circo
es llamar cultura popular a eso de engañar a las masas con espejitos de
colores, y el populismo brota de las piedras regado por un vergonzoso
presupuesto ilimitado y de números escondidos.
Cuando
yo era joven, en Gualeguay brillaba el Encuentro Cultural de la Juventud, un
encuentro de cultura verdadera y popular con mayúsculas que corría en el
sentido correcto: de abajo hacia arriba. Un Encentro Cultural que era orgullo, que
arrancó en una Argentina que aún brillaba, un encuentro cultural que tuvo su
momento de esplendor en un tiempo que el relato ahora miente oscurantista… un
encuentro que desapareció de la mano de una lenta pero firme marcha atrás
cultural y de un abandono en la educación que, sin prisa pero sin pausa, va
apagando para siempre el esplendor de un país que fue sinónimo de futuro para
los inmigrantes del mundo.
Argentina
se hizo grande grande, con los millones de inmigrantes de bien, que llegaron
desde todo el mundo deslumbrados a laburar de sol a sol. Y esto no pasó hace
dos mil años, pasó en un pasado apenas, que es casi posible tocar con las
manos.
Tan
distinta aquella Argentina de inmigrantes esforzados, a ésta de inmigrantes sin
documentos hacinados en precarias villas sin ley.
A
fines de los setenta, yo hacía largas colas frente al Teatro Italia, para
escucharlos a Cary Pico, a Canario Rourich, a Beto Ronconi…. cantar canciones
bellas del rock nacional.
Tenía
entonces mi canción preferida… Manso y tranquilo, de Piero.
“Es
fácil, como una mañana de sol… y tranquilo, como una mañana…” sonaba en el
escenario y nosotros estallábamos en aplausos.
Yo
ese tema lo escuchaba en casa mil veces a todo volumen con la acordeona de
Antonito Tarragó Ros y cantado por el inconfundible Piero.
Manso
y tranquilo… es temprano, muy temprano este sábado agobiante en los estertores
de un diciembre inconcebible. Una vecina me llama con un hilo de voz… la vecina
se llama Rosa, es anciana está enferma. Me contó una vez, en una charla de
vecinos que en su vida ha sido actriz y pudo vivir dignamente de lo que es su
vocación.
Sus
padres fueron inmigrantes judíos que escaparon un día del hambre y de la
persecución para recalar en una Argentina que por entonces se parecía y mucho a
“la tierra prometida”. Su padre salía todos los días a vender telas de casa en
casa por las afueras de un Buenos Aires despampanante. Su madre trabajaba en la
casa para transformar en comida todo lo que criaban y plantaban en un pequeño
terreno de barrio. Recuerda que los 4 vecinos de la cuadra se turnaban para
cuidarla cuando la mamá tenía que ir al centro. El sacrificio de sus padres dio
frutos, pues Rosa pudo estudiar, y seguir su vocación y vivir con dignidad.
Rosa
es ahora una anciana enferma. Hace dos días que no tiene luz. Un día que no
tiene agua. Ya no vive en aquel barrio de 4 vecinos, sino en un departamento en
Belgrano con 30 vecinos a los que les puede tocar la puerta haciendo unos pocos
pasos. Pero no puede dar esos pasos en una escalera oscura. Tiene treinta
vecinos… y solo uno le tocó la puerta para preguntarle si necesitaba algo.
Tiene una conexión provisoria de luz que le mandó a hacer la administración del
consorcio para que la insulina no termine en la basura, como terminó casi todo
lo que tenía en la heladera.
Manso…
y tranquilo… el pueblo acostumbrado a la asfixia de sus libertades y de su
calidad de vida. Y como Rosa hay miles más en la ciudad, y millones en la misma
Argentina que hace 80 años su papá le contó como tierra prometida.
El
Estado de la “década ganada”, que tiene fútbol para todos pero luz para la
mitad, solo sabe de palabras hermosas y floridas para disculpar la realidad y
deslindar responsabilidades.
Nada
de nada sobre algún plan de emergencia sanitaria o humanitaria para los viejos
o los inválidos que esperan ahogados en sus camas, o protestan en las esquinas
esperando el milagro.
La
señora que, dicen, nos gobierna, eligió la ausencia, como cada vez que los
problemas acucian. Y sus soldados para la liberación, ya están de vacaciones en
el caribe o la Costa Azul, los destinos nacionales y populares están divididos
esta temporada. Cristina está en el sur fresco, lejos de los que sufren las
consecuencias de una pésima década, la suya.
Plantar
un árbol, tener un hijo, escribir un libro, comprar un ventilador en cuotas y
rezar para que no te corten la luz. O morir en el intento de una Argentina con
la esperanza acotada.
Pero
la vida y el país no terminan ni comienzan en Buenos Aires… la Argentina de
tierra adentro también sufre las consecuencias de la falta de planeamiento y
previsión. Colón, Gualeguaychú, Paraná… en cada una de las localidades se corta la luz en algún momento del día,
programado o no, como solución al problema. Que el hilo se corte por lo más
delgado. Que el costo lo paguen los que siempre pagan.
Y
Gualeguay no es la excepción. Cortes de luz programados o intempestivos,...
falta de agua en populosos barrios... poca presión de agua en el centro de la
ciudad... un hospital público que invito a visitar para que vean el nivel de
infraestructura decadente, apenas paleado por el esfuerzo mancomunado de una
Cooperadora que rema contra los vientos y las mareas necias de la política de
turno. Un río contaminado por la desidia o la connivencia entre empresarios
poderosos y políticos sin escrúpulos... pero las autoridades insisten en
hacerle creer a la gente que los fastuosos festivales como el de anoche en la
Costanera, son "gratis". Pimpinela vino con “La Mosca”… de todos nosotros.
Lo
peor del caso somos nosotros, que en
verdad creemos que lo de anoche fue "gratis".
Nada
es gratis en ésta vida, decía mi abuelita… que debía saludar el busto de Evita
para evitar sanciones. La fastuosidad de las políticas populistas de gobiernos
como el kirchnerista, la pagamos entre todos: sin agua, sin cloacas, sin luz,
sin una salud pública decente, sin una educación que nos enseñe que luz va con
z y no con ese.
Mientras
nosotros aplaudamos mansos y tranquilos… las cuotas de nuestro destino
decadente no terminarán nunca.
El
populismo es dulce... como un caramelo de amor. Sus consecuencias… bien agrias
Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos
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