sábado, 28 de diciembre de 2013

Demasiados mansos... demasiados tranquilos

Fechas especiales para algunos.
Estos últimos estertores de diciembre pasan como en cámara lenta, para muchos argentinos que sufren la agonía de un modelo que les quita el aire muy pero muy de a poco.


Tan de a poco, que uno se ha ido acostumbrando sin chistar a la falta de aire en el vivir y hasta respira más pausado. Cortes de luz programados a la exacta hora de la siesta agobiante. Un río ahíto de heces que invita a no bañarse en el balneario que se supone para todos y todas. Barrios sin agua, que si no fuera por la encomiable tarea de los Bomberos Voluntarios, la época de la colonia con todas sus pestes vendría desde el fondo de la historia a diezmar vidas y saludes de casi todos.
Eso sí, los recitales con miles de luces y sonidos estridentes hasta el derroche, se anuncian gratis para un pueblo que se acostumbra a ese poquito de aire que el ogro malvado del Estado deja pasar por esa estrecha manguera del populismo berreta.
La cultura de alto vuelo con poco presupuesto, pero la función central del circo es llamar cultura popular a eso de engañar a las masas con espejitos de colores, y el populismo brota de las piedras regado por un vergonzoso presupuesto ilimitado y de números escondidos.
Cuando yo era joven, en Gualeguay brillaba el Encuentro Cultural de la Juventud, un encuentro de cultura verdadera y popular con mayúsculas que corría en el sentido correcto: de abajo hacia arriba. Un Encentro Cultural que era orgullo, que arrancó en una Argentina que aún brillaba, un encuentro cultural que tuvo su momento de esplendor en un tiempo que el relato ahora miente oscurantista… un encuentro que desapareció de la mano de una lenta pero firme marcha atrás cultural y de un abandono en la educación que, sin prisa pero sin pausa, va apagando para siempre el esplendor de un país que fue sinónimo de futuro para los inmigrantes del mundo.
Argentina se hizo grande grande, con los millones de inmigrantes de bien, que llegaron desde todo el mundo deslumbrados a laburar de sol a sol. Y esto no pasó hace dos mil años, pasó en un pasado apenas, que es casi posible tocar con las manos.
Tan distinta aquella Argentina de inmigrantes esforzados, a ésta de inmigrantes sin documentos hacinados en precarias villas sin ley.
A fines de los setenta, yo hacía largas colas frente al Teatro Italia, para escucharlos a Cary Pico, a Canario Rourich, a Beto Ronconi…. cantar canciones bellas del rock nacional.
Tenía entonces mi canción preferida… Manso y tranquilo, de Piero.
“Es fácil, como una mañana de sol… y tranquilo, como una mañana…” sonaba en el escenario y nosotros estallábamos en aplausos.
Yo ese tema lo escuchaba en casa mil veces a todo volumen con la acordeona de Antonito Tarragó Ros y cantado por el inconfundible Piero.


Manso y tranquilo… es temprano, muy temprano este sábado agobiante en los estertores de un diciembre inconcebible. Una vecina me llama con un hilo de voz… la vecina se llama Rosa, es anciana está enferma. Me contó una vez, en una charla de vecinos que en su vida ha sido actriz y pudo vivir dignamente de lo que es su vocación.
Sus padres fueron inmigrantes judíos que escaparon un día del hambre y de la persecución para recalar en una Argentina que por entonces se parecía y mucho a “la tierra prometida”. Su padre salía todos los días a vender telas de casa en casa por las afueras de un Buenos Aires despampanante. Su madre trabajaba en la casa para transformar en comida todo lo que criaban y plantaban en un pequeño terreno de barrio. Recuerda que los 4 vecinos de la cuadra se turnaban para cuidarla cuando la mamá tenía que ir al centro. El sacrificio de sus padres dio frutos, pues Rosa pudo estudiar, y seguir su vocación y vivir con dignidad.
Rosa es ahora una anciana enferma. Hace dos días que no tiene luz. Un día que no tiene agua. Ya no vive en aquel barrio de 4 vecinos, sino en un departamento en Belgrano con 30 vecinos a los que les puede tocar la puerta haciendo unos pocos pasos. Pero no puede dar esos pasos en una escalera oscura. Tiene treinta vecinos… y solo uno le tocó la puerta para preguntarle si necesitaba algo. Tiene una conexión provisoria de luz que le mandó a hacer la administración del consorcio para que la insulina no termine en la basura, como terminó casi todo lo que tenía en la heladera.
Manso… y tranquilo… el pueblo acostumbrado a la asfixia de sus libertades y de su calidad de vida. Y como Rosa hay miles más en la ciudad, y millones en la misma Argentina que hace 80 años su papá le contó como tierra prometida.
El Estado de la “década ganada”, que tiene fútbol para todos pero luz para la mitad, solo sabe de palabras hermosas y floridas para disculpar la realidad y deslindar responsabilidades.
Nada de nada sobre algún plan de emergencia sanitaria o humanitaria para los viejos o los inválidos que esperan ahogados en sus camas, o protestan en las esquinas esperando el milagro.
La señora que, dicen, nos gobierna, eligió la ausencia, como cada vez que los problemas acucian. Y sus soldados para la liberación, ya están de vacaciones en el caribe o la Costa Azul, los destinos nacionales y populares están divididos esta temporada. Cristina está en el sur fresco, lejos de los que sufren las consecuencias de una pésima década, la suya.
Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro, comprar un ventilador en cuotas y rezar para que no te corten la luz. O morir en el intento de una Argentina con la esperanza acotada.
Pero la vida y el país no terminan ni comienzan en Buenos Aires… la Argentina de tierra adentro también sufre las consecuencias de la falta de planeamiento y previsión. Colón, Gualeguaychú, Paraná… en cada una de las localidades  se corta la luz en algún momento del día, programado o no, como solución al problema. Que el hilo se corte por lo más delgado. Que el costo lo paguen los que siempre pagan.
Y Gualeguay no es la excepción. Cortes de luz programados o intempestivos,... falta de agua en populosos barrios... poca presión de agua en el centro de la ciudad... un hospital público que invito a visitar para que vean el nivel de infraestructura decadente, apenas paleado por el esfuerzo mancomunado de una Cooperadora que rema contra los vientos y las mareas necias de la política de turno. Un río contaminado por la desidia o la connivencia entre empresarios poderosos y políticos sin escrúpulos... pero las autoridades insisten en hacerle creer a la gente que los fastuosos festivales como el de anoche en la Costanera, son "gratis". Pimpinela vino con “La Mosca”… de todos nosotros.
Lo peor del caso somos nosotros,  que en verdad creemos que lo de anoche fue "gratis".
Nada es gratis en ésta vida, decía mi abuelita… que debía saludar el busto de Evita para evitar sanciones. La fastuosidad de las políticas populistas de gobiernos como el kirchnerista, la pagamos entre todos: sin agua, sin cloacas, sin luz, sin una salud pública decente, sin una educación que nos enseñe que luz va con z y no con ese.
Mientras nosotros aplaudamos mansos y tranquilos… las cuotas de nuestro destino decadente no terminarán nunca.
El populismo es dulce... como un caramelo de amor. Sus consecuencias… bien agrias

Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos

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