“Desde una
humilde atalaya – he vuelto a mirar la vida, y la encontré luminosa – como
recién concebida – como si un viento de otoño – la dibujara, encendida…”
(Calandrias
tibias – R. Romani)
Era
una tardecita de verano con aromas de azares. Esas horas de verano en que
Gualeguay comienza con desgano a retomar el ritmo después de la siesta, el río…
o las piletas.
Ese
segundo despertar de una ciudad con andares lindos, de pueblo eterno.
Era
en esa hora en que el sol hace un mohín, una mueca extraña, gira allá arriba
sobre un recodo invisible y comienza a recostarse sobre el horizonte que en
unas horas más, lo verá morir. Ese quiebre en que la tarde deja de parecerse al
mediodía para siempre.
Esa
tarde de aquél día, peregriné hacia su casa de calle Güemes, calle por la que
tantas veces había pasado camino al pueblo desde la casa de mis viejos. Comandante
Millán hasta el alambrado, hacer esa curva de tierra en la esquina para sortear
la peletera, y meterme en el ripio camino al sur…hasta encontrar el pavimento.
Claro
que hoy el barrio está cambiado. Se han corridos los ripios y se han extendido
los asfaltos y muchas de las tierras han sido desterradas bajo el yugo genocida
de la modernidad. Mas el barrio no ha cambiado tanto como nuestros huesos.
Yo
estacioné el viejo auto sobre la cuneta, pegado a la vereda alta. Bajé, me
sacudí un poco la tierra que mi pantalón había juntado de las rodillas para abajo,
después inventé un zapateo sobre las baldosas para despejar los dibujos de
polvo adheridos a mis zapatillas… y recién entonces llamé a la puerta de la
casita pintada de amarillo, como los trigales al sol.
Les
cuento aquí una infidencia. Quizás a pocos lectores les importe, pero yo creo
apropiado contarla. Yo crecí leyendo. Leyendo desordenadamente todo lo que caía
en mis manos. Mi vieja me cargaba mucho, pues hasta los prospectos de los
remedios tenía la manía de leer, cuando mis ojos no necesitaban mucho esfuerzo
ni especiales vidrios para ciertas tipografías.
Dr. Eise Osman
Crecí
envuelto en historias de guerreros heroicos, de tigres hambrientos, de
aventureros que llegaban a la luna con la misma facilidad con que recorrían
20.000 leguas bajo el mar. Entre plantas de naranja lima, entre monos lisos y
reinos del revés. Entre piratas con loros en los hombros, parches en el ojo y
patas de palo que escondían sus tesoros en islas del Caribe, y entre Capitanes
de barcos que agotaban vida en busca de una ballena blanca. Recorrí una y mil
veces los caminos polvorientos de las tierras blancas junto al Río Gualeguay, y
leí historias de los Buenos Vecinos con historias y muertos de una Argentina
tragedia, y leí y releí mil aforismos, tanto, que “A veces pienso que soy el
camino que no elegí…”. Y me perdí en las historias de El Tan deseado rostro. E
imaginé “el amor triste” de “los poetas viejos…”
Y
lo cuento, y los que leen entenderán bien lo que les digo, pues entonces,
después de haber crecido entre historias, cuentos, poesías, novelas, notas y
ensayos, cuando uno se hace un poco independiente y tiene la oportunidad de
poder andar los caminos con cierta libertad hasta para equivocarse y cae en la
cuenta que es posible conocer a alguno de esos tantos “genios” que con sus
palabras mágicas nos han concedido tantos deseos, resulta un poco más fácil
dejar de lado la timidez, tomar coraje… e intentarlo.
Así,
a lo largo de los años he tenido la dicha, la gracia, la suerte…de poder haber
hablado con muchos de los tantos escribidores de Gualeguay que han construido
pedacitos de corazones en nuestras vidas. Esos artistas que han dejado con su
arte un trabajo para siempre. Pequeño o grande. Bueno o genial, lo cierto es
que cada uno de ellos han volcado su tiempo y su arte en aras de la posteridad.
Emma Barrandeguy
Así
he ido a lo largo de mi vida a tocar las puertas de aquellos que me han llenado
de vida el alma. A decirles algo muy parecido a un: ¡gracias!
Así
fui hasta lo de Emma Barrandeguy, en su casita llena de plantas allá en calle
Uruguay. A lo de Elsa y Eise, en Belgrano esquina “cultura”. A lo del genial
Chacho Manauta, en un pequeño departamento de Belgrano R, “R de revolución”,
como bromeó en aquél encuentro. A lo de la dulce y bella Tuky Carboni, en su
casa de calle La Paz…
Y
así también llegué, recuerdo, aquella tarde de verano a tomar mate bajo un
algarrobo santiagueño a lo de Roberto Romani.
Recuerdo
siempre aquél encuentro y lo recuerdo bien. Entre mate y mate, llamaba con
insistencia un político que luego sería Gobernador. Quería que Roberto le diera
el sí para su equipo de Cultura.
Y
yo, que nunca he sido peronista, pero que tampoco soy necio, pensé que era una
gran idea la de aquél político que luego fue gobernador. Y claro que fue bueno,
pues pasaron los gobiernos y Roberto siguió.
Roberto,
que por entonces tenía una agenda de trabajo llena con un año de anticipación,
se le animó a la función pública. Por suerte.
Elsa Serur
A
decir verdad, solo aquella tarde fui a su casa. Y solo aquella tarde hablamos a
solas. Una tarde de hace mucha vida. Luego apenas lo he cruzado en actos, en la
Feria del libro, o en los pasillos crujientes de su querida Lt 38… los dedos de
una de mis manos alcanzan.
La
semana pasada, subí la escalera eterna de Radio Gualeguay. Toqué timbre, iba a
saludar “gente amiga”. Una señora me abre amablemente la puerta, y me dice:
“Sr. Palma, espere que dejaron algo para usted”. Yo me sobresalté un poco… es
que en los tiempos que corren, poco poéticos y menos tolerantes, la última vez
que me dijerona algo así, fue para darme una carta documento y decirme formalmente que
“me deje de joder”.
La
señora abrió el armario, repasó uno a uno los varios envoltorios que había y
dijo: “Palma Palma… acá está”.
Juan José Manauta
Efectivamente
había un sobre con mi nombre y apellido. Dije gracias, lo desenvolví con cierta
ansiedad. “Suaves cuchillas… romancero entrerriano”. Roberto Romani. Ediciones
del Cle. 2012.
Roberto
Romani, aquél “genio” que froté hace tantos años en “Federales de Ramírez”:
“Desde el fondo de la historia – que en recuerdos nos hermana – surge la voz
montielera – como un canto de esperanza. Bandera de federales - que siguen viejas moharras…” aquél a quién
tras vencer la timidez un día le fui a tocar la puerta de su casa, tantos años
después había tenido el gesto cortés de regalarme su último libro.
Tuky Carboni
Y
como dicen que las primeras palabras bastan para saber qué nos deparará un
libro, me esperanzo al abrirlo y leer: “Con entrerriana simpleza – y orgullo
bien montielero, me presento ante vosotros – hermanos de patria y cielo;
sabiendo que las palabras – no alcanzan el universo - de este verde nostalgioso - que es mi raíz y mi credo…”
Selva Olivera
En
tiempos donde los dirigentes hacen de la intolerancia un culto. Donde se
degrada al que piensa distinto, yo levanto las banderas militantes de los que
saben que las diferencias nos hacen mejores. Brindo, por los que tienden
puentes antes que levantar barricadas. Y brindo por la gente de la Cultura que
la hace con Mayúsculas, sin el prurito de las ideologías. Como lo hace Roberto
en la provincia, como lo hace Selva Olivera en Gualeguay…haciendo de entre
nosotros todos, un lugar mejor.
Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Rios
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