domingo, 25 de octubre de 2009

Nada es para siempre













Sí que ha sido una semana intensa. Intensa por llamarla de alguna manera.
Digo intensa, y obviamente me refiero a una intensidad mundanal. A ese tipo de “intensidades” que puede vivir alguien común y corriente como yo, y no un Obama. Una intensidad de a pie. De todos los días.
Está bien, tal vez la aclaración no sea necesaria, pero de todas maneras la hago, pues no quiero crear falsas expectativas en algún lector desprevenido. Porque…digo, no es que gané el premio Nobel, ni es que descubrí alguna vacuna que pueda revolucionar el mercado farmacéutico, y por la que la “mafia de los medicamentos” me pueda querer secuestrar, meter cuatro tiros en la cabeza, cortarme una oreja y tirarme en una zanja de General Rodríguez…tampoco jugué una final del mundo de nada. Ni organicé un mundial con las mieles de la soja.
No señor. Nada de eso. Digo que he tenido una semana intensa, por algunos motivos muchos más humildes de mi vida, pero que por humildes, no dejan de tener su importancia.
Es lunes, y es temprano. Estamos estrenando la semana. Así que el estreno de la semana, ya desde tempranito, me aplicó un piñón en la nariz. Por la ventana se cuela una luz engañosa de primavera fulminante. Es engañosa porque parece una luz de mediodía. Como todos los días, desayunamos en familia. Y como esta mañana ha habido más movimiento que el normal en la casa, también está en la mesa Bautista, mi hijo de 4 años, que por lo general se levanta una hora más tarde.
Imaginen la madrugadamesa en una familia de varios: Cada uno con su madrugada acomodada como mejor puede. Con el madrugón a cuestas, como decía mi viejo. Es que los humores de la primera mañana son, al menos en casa, impredecibles.
Desayuno, familia y noticias desde la tele, así empieza los días en casa.
“Papá… hoy viene Leo”, se despacha Belén, que este año termina el secundario. Belén sabe que la noticia que acaba dar, puede cambiar mi serenidad cardiaca, así que lo dice como al pasar, mientras marea el café con leche con la cuchara. Ni siquiera ha levantado la mirada de la taza. Su madre, mi señora, calla cómplice al otro lado de la mesa. Sonrío en mis adentros imaginándolas al preparar la estrategia del anuncio.
Uno, dos, tres, cuatro…. hasta seis tragos de café con leche tomé sin bajar la taza pensando cómo reaccionar ante lo inevitable.
¡¡Ah…qué bien!!, dejé escapar con la mejor espontaneidad que pude actuar.
“Viene para la fiesta de egresados…”
Qué bueno!!!... dije con una serenidad que ni yo me creí.
“Llega hoy, y se va… mañana”.
Ah… que bueno…! exclamé, agitado por intuir lo que venía.
“Se queda a dormir en casa…”
A la mierda… pensé sin omitir sonido.
No hay problema… si ya tienen todo “orrrrganizado”, contesté mirando fijamente a mi esposa, con aires de padre moderno al que estas noticias no le mueven un pelo.Untaba con mermelada la tostada, e imaginaba la situación de la noche, cuando llegara del trabajo. Uf, el hecho de llegar a casa y encontrarme con el novio de mi hija apostado de local, es un golpe fuerte, no al mentón, sino a la boca del estómago. Y ni hablar al oirlo roncar desde el pasillo… me sobresalté al imaginar la situación, tanto… que casi se me cae la tostada.
“¿Qué pasó, Papá?”
Nada, nada, casi se me cae la tostada…
Pero bueno, pensé, tampoco es cuestión de hacer un mundo por estas cosas. Después de todo uno ha sido joven y entiende… nada que no se solucione con cuatro años de terapia.
Sonrío. Estoy releyendo lo que acabo de escribir, y supongo que las mujeres de la casa se desquitarán esta semana, adjetivando mis celos de padre furiosamente contenido, con esa crueldad inexpugnable del sentido común.
Todavía el noticiero sigue con la cantinela del excomulgado dios 10. Mil veces repiten las vulgares declaraciones del engreído director técnico de la selección argentina de fútbol. El inefable Diego Armando Maradona.
Aún no dan las siete en los relojes de la mañana, y ya mil veces han pasado sus obscenas declaraciones tras el partido con la selección de Uruguay.
“Papá… como el helado”, me dice Bauti, el benjamín de la familia, que todavía no ha llegado a los 5 años. Los hermanos más grandes sonríen socarronamente. Yo intento con el silencio salir del brete.
“Paaaaa… que siga chupando, como el helado”, insiste.
Si Bauti, como el helado.
Como el helado me quedé yo, frío. Frío por no saber qué contestarle a mi hijo de 4 años, pero caliente por ese reflejo que nos enrostra Maradona. El de esta Argentina que se nos cae a pedazos en nuestras narices sin que atinemos a nada. ¿Nos daremos cuenta alguna vez?... ¿o será tarde? No me animo siquiera a responder. Tal vez con el tiempo. Tal vez. Una cierta distancia de las cosas da siempre una mejor perspectiva. Uno, en medio de la vorágine, apenas si puede darse cuenta de la magnitud de la catástrofe.
Pasa con la historia. Pasa con la histeria. A lo lejos, las cosas se ven distintas. A lo lejos en el tiempo, y a lo lejos en la distancia. Porque ¡¡claro!!, que después de todo también el tiempo es distancia.
Si, también el tiempo es distancia insalvable. La miro a Belén tomando su desayuno. Ahí está Belu con su cuerpazo incómodo de adolescente anunciándome con sus molestas noticias, que el tiempo ha volado a la velocidad del rayo. Ni un año, ni dos, ni tres. Hace casi 18 años que desayunamos cada día en la misma mesa. Sí, también el tiempo es distancia…
El sol ahora me pega fuerte en la cara. Ahí está don sol anunciando el día. Otro día. Anunciado el tiempo. Más tiempo que pasa. Es curioso, pero ahora que presto atención, todo alrededor grita el paso del tiempo. Hasta mi vista nublada reclamado los anteojos que dejé olvidados en la mesa de luz.
Desde la tele pasa la tragedia. Una madre reclama justicia por su hijo Gonzalo. Lo mataron hace unos días para robarle el auto. Lo ejecutaron frente a su esposa embarazada, y a su hijo.
Desde la tele cuentan la vergüenza. El hijo y el cuñado del Subsecretario de Comercialización de la Economía Social del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, Emilio Pérsico, fueron detenidos transportando plantas de marihuana en una camioneta oficial del Ministerio de Desarrollo Social. El reflejo de la una Argentina que se cae a pedazos en nuestras narices. Son los hijos de puta que manejan la Argentina.
Por más que quiera, por más que lo intente, no puedo dejar de pensar en esa madre que reclama por Gonzalo. En esa esposa que lo llora. En ese hijo que aún no entiende. Aquí están mis hijos desayunando conmigo. Cada uno con sus sueños intactos. Cada uno con la esperanza llena. Y yo sé que mañana nos puede tocar a nosotros. Tantos años. Tanto esfuerzo… termino el desayuno. Me quedo mirando la foto del mueble grande. 15 años tiene esa foto con Belu abrazados, abrazados como para siempre… pero bueno, no se puede. Porque nada es para siempre.
Ni siquiera los hijos de puta que nos roban cada mañana la Argentina.

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