jueves, 24 de septiembre de 2009

H.I.J.O.S... "culos sucios"

Crónicas de la historia
Todos eran mis Hijos
Rogelio Alaniz


Los señores de Hijos, y los señores que les escriben los textos a Hijos, resolvieron sentarme en el banquillo de los acusados, al lado de los torturadores y asesinos. Obsesivos, previsibles, rencorosos, me acusan de coincidir con Videla, Ramos, Brusa y, tal vez, con el Conde Drácula. Como le gustaba decir a Bertoldt Brecht: “Ahora vienen por mí”.
En el futuro inmediato me aguardan insultos y escraches. Que así sea. Según me dijeron, para esa humanitaria faena se estaban preparando para cuando presentara el libro de Graciela Fernández Meijide. Los chicos iban a hacer lo único que saben hacer, lo único que aprendieron a hacer y lo único que van a dejar en memoria para el futuro: escrachar. En la vida cada uno elige que el futuro lo recuerde de alguna manera. Están los que quieren ser recordados como poetas; otros como científicos; algunos simplemente como personas de bien. No es el caso de Hijos. Ellos desean ser recordados como escrachadores. Como le gustaba decir a Borges: “Un proyecto modesto de vida”. O tal vez un proyecto miserable. Que la historia juzgue.
Lo cierto es que no sólo coincido con Videla y los torturadores, sino que además soy peor que ellos porque me disfrazo de progresista. Disculpen si soy algo simplista para hacer preguntas, pero si a Videla le reclaman cárcel perpetua, ¿qué castigo me corresponde a mí que he cometido la felonía, la imperdonable canallada de decir que en la Argentina la cifra de desaparecidos no llega a 8.000 personas? Ignoro cuál es la respuesta al interrogante, pero ni al peor enemigo le deseo el destino que los señores de Hijos le han preparado al señor Alaniz.
Vayamos a los motivos que en las viñas del Señor han despertado las iras de los Hijos, iras que a decir verdad, siempre están dispuestos a montarse, es lo que mejor saben hacer y, para no ser injusto, es lo único que saben hacer. Todo esto ocurre porque he escrito una nota en el diario donde digo que no hay 30.000 desaparecidos.
Dicen que el tema de los 30.000 desaparecidos no es una cuestión numérica. Que yo sepa, 30.000 es un número. Como para ampliar su concepto aseguran a continuación que la cifra es tan popular como Maradona. ¡Por allí hubiéramos empezado! Los chicos compiten con Maradona. Recuerdo que hace unos días me enojé mucho con la señora presidente, porque comparó a los desaparecidos con los goles de un partido de fútbol. Voy a revisar mi fastidio porque ahora sé de dónde proviene esa afición por comparar a los desaparecidos con el fútbol.
No concluye allí su defensa por la cifra de 30.000. Dicen que está incorporada al sentido común de la gente. No les voy a recomendar que lean el concepto de “sentido común” elaborado por Gramsci, pero sí les aseguro que sus palabras están más cerca de la doña Rosa de Bernardo Neustadt que del intelectual que murió en las cárceles de Mussolini.
Escriben estos niños: “Los lemas de la memoria colectiva con la que rápidamente el pueblo piensa en los horrores de la dictadura”. Al titular de la agencia de marketing más poderosa de la sociedad de consumo no se le hubiera ocurrido un argumento más elocuente.
Los chicos no se equivocan. Hubo un señor que dijo: “Los eslóganes suelen ser más efectivos que los razonamientos”. La misma persona dijo: “En la propaganda como en el amor todo está permitido para llegar a un fin”. Todo muy lindo y muy bien dicho, lástima que el autor de esa frase se llame Goebbels. Por si esa consigna no los satisface les ofrezco otra: “El objetivo es transformar una mentira en algo que puedan entender todos”. La frase pertenece a Adolfo Hitler; pero a esta altura del partido no creo que a los señoritos de Hijos la comparación les moleste, porque sospecho que a Hitler tampoco le hubiera molestado ese puñado de jóvenes que se jactan de ejercer la noble y distinguida profesión de escrachadores.
A decir verdad me fastidia que me acusen de agente de Videla, pero más me molesta la confusión que siembran en los corazones de mis amigos que ahora están juzgando. El señor Brusa escribió que me iniciaba una querella por una nota que había escrito en el diario. Ramos un día me acusó en la calle de ser el jefe del comunismo en Santa Fe, una exageración, por supuesto, pero esas exageraciones en tiempos de la dictadura no eran para tomarlas en broma. El comisario Rebechi, con sus modales felinos, me dijo que yo no era guerrillero porque era muy inteligente y, por lo tanto, más peligroso. Fue la única vez que la calificación de inteligente no me pareció un piropo. La noche que recuperé la libertad, el otro señor que ahora está en el banquillo de los acusados me preguntó si tenía algo para decir. Le dije que había estado detenido casi dos años sin ser juzgado. Me miró y me dijo con mucha suavidad: “Si por no hacer nada estuviste dos años preso, imaginate lo que te puede pasar si se te ocurre portarte mal”. Esa advertencia en el año 1977 era algo más que una advertencia. Colombini me paró en la calle, me amenazó de muerte y me dijo que cuando él viniera caminando yo me cruzara de vereda. Dicho sea de paso, algo parecido me dicen los chicos de Hijos si me llegara a cruzar con Walsh, Conti o Urondo. Como se puede apreciar, a los verdugos se los reconoce por el lenguaje y por los deseos.
Pero vayamos al grano. Los chicos de Hijos mienten cuando dicen que hay treinta mil desaparecidos. También mienten cuando dicen que la lista la deben tener los militares. Hay varias listas, pero la única que falta es la de ellos y falta sencillamente porque no existe. La cifra registrada es concreta: 7.954 desaparecidos. ¿Les parece poco? A mí no. A mí me parece una cifra espantosa, una cifra horrible, una cifra que da cuenta del terror que vivió la Argentina. ¿Por qué a estas criaturitas de Dios les parece poco? Misterio.
Tal vez porque para los efectos de la propaganda, 30.000 es más redituable que 8.000. Tal vez porque conociendo las habilidades que ha demostrado tener la señora Bonafini para hacer negocios, la cifra es baja. Para su humanismo impenitente cifras dignas son las que hubo en las Torres Gemelas. ¡Allí sí que hubo muertos en serio! ¡Qué regocijo, qué felicidad le tocó vivir a la señora, que no tuvo ningún empacho en festejar la muerte de la pobre gente, como tampoco ha tenido empacho en justificar los asesinatos de la ETA! En un punto coincido con todos ustedes: si los derechos humanos son la actividad que ustedes practican, yo no tengo nada que ver con eso.
Yo lo siento mucho por contradecirlos, pero estoy en contra de la dictadura militar. Los militares me han encarcelado, me han echado del trabajo, han secuestrado y asesinado amigos míos. Lo siento pero es así y, aunque no lo crean, no voy a permitir que unos mocosos ignorantes y culos sucios pretendan juntarme con los asesinos. También siento decirles que nunca compartí la guerrilla. Que las muertes, por ejemplo de Gambandé, Larrabure, Viola, no fueron una acción antiimperialista, sino un crimen alevoso. Lo siento por ustedes, pero no hay derechos humanos de izquierda o de derecha, hay derechos humanos.
No sé qué más decirles, mis queridos amigos de Hijos. Que estudien y crezcan, que maduren y se humanicen. Ser idiota útil es feo, pero ser un idiota inútil es mucho peor. También se me ocurre decirles que estoy dispuesto a discutir estos temas en cualquier lado y ante cualquier auditorio, pero ya sé que ustedes no discuten, ustedes escrachan. No sé qué decirles... pero tengo a mano una cita de Pier Paolo Pasolini, un reconocido agente de la CIA. Se refiere a ustedes o a personajes como ustedes. “Todos los adulan. Yo no, amigos míos. Tienen cara de hijos de papá. Tienen el mismo ojo ruin. Son miedosos, ambiguos, desesperados, pero también saben cómo ser prepotentes, chantajistas y seguros, prerrogativas de pequeños burgueses amigos míos. Leo en sus barbas ambiciones impotentes; en su palidez, esnobismos desesperados; en sus ojos huidizos disociaciones sexuales; en su rebosante salud, prepotencia”. Como se dice en estos casos, “que les garúe finito”... y hasta el próximo escrache.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se delató en una cena con compañeros
El represor Julio Poch se delató a sí mismo durante una cena con sus compañeros de trabajo holandeses en la isla de Bali, India, hace seis años. Fue al discutir sobre el pasado del padre de Máxima Zorreguieta, la argentina que se casó con el príncipe Guillermo. Zorreguieta fue secretario de Agricultura durante la dictadura.

"Poch nos dijo que teníamos una imagen errónea de esa época. Que debíamos darnos cuenta de que hubo una guerra en la Argentina. Que durante una guerra la gente muere, eso es normal, de acuerdo al capitán Poch", declaró otro piloto de Transavia, Tim Weert. "Dijo que hubo momentos cuando a bordo de su avión se echaba fuera de la borda personas con vida con el fin de ejecutarlas", le dijo Weert al juez Sergio Torres, a cargo de la causa ESMA, según consta en la causa. "No hay problema, estaban drogados", agregó Poch en referencia a las víctimas de los vuelos, según dijo el testigo.

Tres años después de esa cena, el jefe de Poch, Geert Geroen Engelkes, se enteró de lo que había dicho el argentino a través de otro empleado de la aerolínea, Edwin Reijnoudt Brouwer. "Su comportamiento era impresionante. Defendía el hecho de haber arrojado gente al mar. El todavía defiende sus argumentos. Me molestó su gesto, el movimiento que hizo con la mano, que es como si se dejara voltear un avión para dejar escapar la carga", declaró Brouwer.

Tras corroborar la historia con otros testigos, Engelkes denunció al argentino a través de un e-mail a la Policía holandesa. "Era mi obligación como persona y ciudadano del mundo", aclaró.

Pero Poch ya se había jactado de su participación en la represión a fin de los 80, durante una fiesta en la casa de otro piloto, Aldo Knip, según reveló este cuando se lo preguntó su jefe. En la investigación interna de la empresa, Poch dijo que en Bali no habló de él en particular sino de "nosotros", en referencia a la Armada, "como si se tratara de una gran familia", sostuvo Engelkes.

Lucio Fernández Moores