martes, 21 de julio de 2009

Aunque con eufemismos, un ex terrorista llama CAGONES a la flía. militar

"Es extraño como el Ejército jamás homenajeó a quienes llevaron a cabo una de las batallas más importantes contra la guerrilla".

Quien lo dice es Arnol Kremer, más conocido por su nombre de guerra en el PRT-ERP, Luis Mattini. Y habla puntualmente del capitán Leonetti, a frente de la redada que terminó con el asesinato de Roberto Santucho, hace 33 años, en Villa Martelli. Sucede que ese 19 de julio de 1976 no sólo mataron a Santucho, también decapitaron la cúpula del ERP. Mattini, que por casualidad no estaba en aquel departamento, asumió el timón de la organización, planeó más tarde la retirada y vivió para contarlo y escribirlo en textos documentales y de ficción.

Mattini lleva por lo menos cuatro libros (todos bajo el sello de Ediciones Continente) en los que evoca momentos de la vida revolucionaria de quien fuera el líder de su organización. En los Perros I y II, Mattini se sumerge en el movimiento a través de sus vivencias personales para trazar un fresco del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y su brazo político, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) así como su principal figura Mario Roberto Santucho. Y en Cartas Profanas, el más reciente, plantea un juego de realidad y ficción a través de un supuesto intercambio de cartas entre escritor polaco Witold Gombrowicz y Mario Roberto Santucho, quienes se conocieron durante el los más de 20 años que Gombrowicz vivió en nuestro país, como lo certifica María Seoane en su biografía sobre el líder del ERP.

A todos estos libros Mattini los firma con su "nombre de guerra", el seudónimo que utilizó a partir de 1970 para la lucha clandestina. No lo cambió hoy ni en 1976, cuando tras la muerte de Santucho, asumió la secretaría general del PRT y la comandancia del ERP. El mismo se define como el "comandante de la derrota", todavía dice nosotros cuando habla de Santucho y le rinde homenaje cada vez que puede. "Para mí, fue el sucesor del Che", dice.

FUENTE: Revista Ñ

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