“La
obra escrita y publicada conmina (a mi entender) al autor a silencio… a callar.
Y heme aquí, violando una convicción que siempre me sostuvo…”
(Dentre - Juan J. Manauta)
Mi mamá me mima… creo que es lo primero
que leí en un libro en ese lugar sagrado que fue la escuela. Es romántico y
dulce recordar a la distancia del tiempo el primer día de clases, pero todos sabemos
lo duro que resulta esa primera vez.
Mi mamá me mima… una frase tan pero tan
sencilla, y tan pero tan grande.
Recuerdo lo traumático que fue aquél
primer día de clase. Y lo duro que fueron los primeros meses. Era cortar otra
vez el cordón umbilical. Era desprenderme de los brazos seguros de mamá y
caminar solo hasta el aula. Era arrancar en jirones los lazos suaves de la
contención y el amparo para ir hacia la inseguridad de lo desconocido.
Ese dolor se llama crecer, lo supe después,
claro… después de otros tantos dolores.
Un salón de actos lleno de gente. Yo con
guardapolvos almidonado, e impecablemente blanco. Un peinado que mamá lo quiso
sellar para siempre con dos kilos de gomina. Sonrío, pues hoy los más chicos no
deben saber qué es la gomina… pero por entonces era el fijador oficial de todos
los que luchábamos cuerpo a cuerpo cada mañana de cada día contra nuestras
cabelleras rebeldes.
El acto duró lo que un suspiro… mis oídos
apenas distinguieron sonidos, recuerdo aquél momento como un gran murmullo. Todo
el tiempo estuve mirando a mamá de reojo. Por fin la maestra dijo vamos, y en
fila agarramos para el aula… no pude evitarlo, un segundo antes de perderme en
el pasillo, me di vuelta para mirar a mamá… ella se secaba las lágrimas pero
tuvo tiempo para decirme con su mirada que todo iba a estar bien.
Y yo le creí.
Hice todo ese esfuerzo que un chico de 6
años puede ser capaz de hacer, para no llorar.
Y pude.
Me senté en un pupitre cerca de la
puerta. Tal vez como conjuro, con la esperanza incómoda de escapar. El pizarrón
era un enorme cuadro negro, enorme y negro, como mis miedos. Más tarde la
maestra lo decoró con una tiza blanca. Un algo de esperanza amaneció.
Pasaron los meses, pasaron más rápidos
que mis miedos. Por eso, encontrarme en el libro de lectura con un: “Mi mamá me
mima”, fue un bálsamo para mi alma quebrada de soledad entre las cuatro paredes
del colegio enorme que luego supe querer.
Esos primeros dolores de crecer, que
dejan huellas imposibles de borrar.
Claro que la educación cambia con los
tiempos… en realidad los tiempos cambian y la educación se acomoda a los
vientos nuevos de los tiempos nuevos.
Lo digo, pues mi abuelita, la que murió
abrazada a la estampita de la abanderada de los pobres, me contaba que lo
primero que leyeron sus hijas en la escuela fue: “Mi hermana y yo amamos a
mamá, papá, Perón y Evita”…
Digo, porque hay ciertas cosas que
olvidan aquellos que vociferan “¡¡gorila!!”, como conjuro impotente de sus propios
y profundos miedos, ante cualquier opinión en contrario a las políticas
populistas de morondanga.
La historia se repite. Es conocida la
frase de Marx que dice: “la historia se repite una vez como tragedia y
luego como farsa”. ¡Y eso que don Marx no conoció a los Kirchner eh!
En éstos días, navegando las aguas
crispadas de Internet, di con un página donde uno pude hacer el siguiente
juego: Poner su día de nacimiento, y ver las tapas de los diarios de ése día.
Así que puse mi fecha de nacimiento, y reconozco que al poner el año me corrió
una extraña sensación parecida a una negación sutil pero tangible por la edad de
mis huesos… esperé unos segundos y apareció la tapa de Clarín. El día que nací,
la tapa de Clarín informaba con preocupación el índice de inflación y los
números de la economía nacional. También informaba sobre un foco guerrillero en
Tucumán. Otras noticias decían que se inauguraban oficialmente las obras del
dique Cabra Corral en Salta... pasaron mucho más que 40 años desde aquella tapa
del diario que informaba a su modo un país y una realidad.
En todo ese tiempo, y por suerte,
alguien se encargó de que no haya más terrorismo en Argentina... ahora, los que
tenían que encargarse de la inflación y la economía, todavía están en
veremos... los tiempos cambian… pero algunas cosas no tanto.
Uno crece… y muchos de los mimos
cambian. Los únicos mimos que no cambian son los de una madre. Esos mimos se
guardan para siempre en el arcón especial de las cosas únicas.
Y a mí, que hace mucho tiempo me siento
frente a la computadora a batallar contra la rutina de la pantalla en blanco,
con la esperanza intacta de agasajar al lector que no conozco, con la inquietud
de estar cada domingo a la altura de las circunstancias, me toca hoy hacer
referencia a ciertos mimos que he recibido a lo largo del tiempo y a los que
tal vez no he agradecido debidamente.
Son mimos que curan el desgano de
ciertas noches, son mimos que ayudan para arrancarle un párrafo a la página en
blanco. Son mimos que acarician el alma y nos dicen… “hey, aquí estamos
nosotros…”
Son mimos que dicen gracias, Son mimos que
dicen “ojo”, como advertencia sana.
Es verdad, una lectora me hizo volver
sobre mis pasos esta semana. Un día atosigado en el trabajo, entre teléfonos
que suenan y gente que espera en una oficina donde la locura reina a sus anchas
por sobre nuestra cordura supuesta.
Esa realidad de locura que cada día nos
lleva en andas se cortó de repente una tarde de esta semana con un llamado. Atiendo.
Una voz dulce al otro lado del teléfono pregunta por mí, es muy raro cuando
alguien pregunta por mí, escuchado cuando atiendo yo.
Raquel me llama para contarme sobre lo
que le escribo… me describe esa magia de sentimientos o pensamientos de uno,
firmados por otro. La entiendo perfectamente, pues a mí también me pasa un
montón de veces.
Y entonces Raquel me convence. Pues como
ella, otros muchos me han escrito o me han llamado o me han parado por la
calle. Sí, para muchos de ustedes “soy el señor que escribe”.
Mi timidez contumaz ha sido siempre superior
a mí, pero hoy hago un esfuerzo para vencerla y detenerme unos minutos para gradecer
los mimos de ustedes, lectores de cada domingo. Aprovecho este momento y este
lugar y este domingo para decirles “gracias” a cada uno de ustedes, que cada
domingo se toman el trabajo de perder diez minutos en esta columna.
Sepan que cada vez que me siento aquí
frente a la máquina por las noches, o en ciertas mañanas de sábado, nunca
pierdo de vista que allí, del otro lado, están ustedes.
Y que cada palabra de cada historia, solo cobran sentido cuando usted las toma y
las hace propias, o las discute con el prisma de su criterio.
De encuentros y desencuentros
respetuosos… de eso va la vida también.
Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos
2 comentarios:
GENIAL!!!!!!!!!!!!!!!!Como todo lo que escribís.....Te felicito!!!!!!!
BUENISIMO HORACIO !!!!! SIEMPRE ME EMOCIONO CUANDO LEO TUS NOTAS !!!!! TAN BIEN EXPRESAS LO QUE UNO SIENTE O SINTIO !!! GRACIAS !!!!
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